La eternidad del instante: un engendro de la subcultura.

por Cristóbal Díaz

Hace algunos meses leí en este mismo portal un artículo que me impresionó. “Lobas de mar, o sea, hablando boberías”, escrito por Nuncio Hernández Valle, enumeraba con lujo de detalles más de 200 errores geográficos, históricos, gramaticales, y de todo tipo que aparecían en la novela Lobas de mar, de Zoé Valdes. Su autora había recibido la jugosa suma de 120.000 euros por esa novela, tras ganar el Premio Fernando de Lara 2003, auspiciado por la editorial Planeta.
El listado de desatinos —pues no se trataba de leves errores, sino de una garrafal acumulación de disparates— me dejó literalmente anonadado. Hernández exponía, casi con mano de cirujano, los descosidos de una novela que había obtenido uno de los premios más remunerados del habla castellana y que nunca debió ser publicada.
Para mi sorpresa, y supongo que para la de otros como yo, no había transcurrido mucho tiempo cuando la prensa anunció que la misma escritora había sido nuevamente galardonada con el III Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2004 por su novela La eternidad del instante. Ese premio acabó por convencerme de la veracidad del rumor —que más bien es un secreto a voces— que asegura que muchos de los grandes premios monetarios de la literatura no son reales. Se trata de tácticas de mercadeo para promocionar a determinado autor que la editorial escoge por razones más o menos esotéricas.
Quiero aclarar que soy cubano, de una generación algo más joven que Valdés, y que salí de la isla hace seis años por las mismas razones que ella. Leí La nada cotidiana, la novela que le dio fama a su autora, cuando aún vivía en Cuba. Pese a sus ripios, la defendí entre mis amigos, pues tenía cierta frescura y modo de narrar que prometían una voz nueva. Sin embargo, a medida que fueron cayendo en mis manos sus novelas posteriores, tuve que tirar la toalla y darme por vencido en mis intentos por defender lo indefendible.
El discurso literario de Zoé Valdés nunca llegó a levantar el vuelo que prometía. Y no sólo eso, sino que ha ido de mal en peor, evidentemente exacerbado por su afán de publicar un libro cada año, y a veces cada pocos meses. Sin una base cultural sólida, sin la sensibilidad ni el ojo requeridos, sin ese famoso detector hemingwayano que debe tener todo autor para detectar la porquería que escribe (Hemingway usó una palabra más fuerte), y con el apuro de publicar a toda costa, ha ido dejando una obra esperpéntica que no tiene salvación ni futuro.
Para ilustrar lo que a priori podría parecer un dictamen demasiado duro, voy a detenerme en la obra galardonada con el Premio Ciudad de Torrevieja 2004: La eternidad del instante.
Problemas de contenido

En La eternidad del instante, los problemas de forma, contenido y estilo se suceden y confunden entre sí. Unos producen los otros. Aunque comprendo que los ejemplos de un grupo pudieran pertenecer también a otro, he decidido dividirlos porque debía organizar este embrollo de alguna manera.

Aunque se vista de seda...

Cuando me dispuse a leer esta novela, creí que la trama reflejaría la emigración china hacia Cuba. La autora había repetidos en múltiples entrevistas que la historia estaba inspirada o basada en la vida de su abuelo chino, el cual había dejado de hablar durante muchos años y se comunicaba a través de mensajes escritos. La propia Zoé Valdés aparece disfrazada de china en la solapa del libro, con un kimono, las manos unidas modosamente en actitud de rezo y dos “rabos” pintados en los ojos, en una burda caricatura con la que ha intentado parecerse a una china y hacer más vendible su novela, “mostrando” que es un producto sacado de la realidad. Ya había hecho algo parecido en otra novela anterior, en la que aparece disfrazada de santera, con un trapo blanco amarrado a la cabeza y rodeada de girasoles, en un quimérico esfuerzo por identificarse con Oshún, la diosa afrocubana que simboliza la belleza y la sensualidad, con la cual la autora no guarda el menor parecido.
Estas ridiculeces de burdo marketing no son más que un adelanto de lo que el lector encontrará en la novela. La emigración china a Cuba provino casi en un ciento por ciento de Cantón, y en un porcentaje pequeñísimo de zonas costeras muy cercanas, como Macao y Hong Kong. Pero admitamos que hubo un solo chino que llegó a Cuba proveniente de la “próspera y privilegiada aldea de Yaan, en Sichuán” (135), situada en el mismo corazón del país, a unas 800 millas (casi 1300 km) de la costa más cercana. Démosle esa licencia.
Si la autora se ha decidido por una historia situada en un tiempo y lugar tan específicos, lo menos que puede esperar uno es que se ajuste a las costumbres y a los hechos elementales de ese escenario, independientemente de la ficción creada. Sin embargo, no tuvo siquiera el cuidado de averiguar los pormenores ambientales de esa región, ni sus costumbres.

Jineteras sin causa, diálogos artificiales,
y otras incongruencias socio-culturales.

Si la autora intentó hacer alguna investigación histórica, no tuvo la menor idea de cómo debía manejarla. Por ello, en medio de diálogos cotidianos, copia casi textualmente (a juzgar por el brusco cambio de estilo) datos imposibles en una conversación. En las páginas 113-4, por ejemplo, se produce el siguiente diálogo entre el protagonista Mo Ying y su madre, mientras ella cocina:
"—¿Has recordado al abuelo, verdad? —preguntó el hijo.
"Ella asintió.
"—Días antes de enfermar de gravedad, releía ansioso a uno de los siete sabios de la Selva de Bambúes, el poeta Ruan Yi. Y también a los antiguos Tao Yuanming, a Li Bo, a Su Dangpo, como sabes le gustaba mucho la poesía del período comprendido entre el trescientos sesenta y cinco y el mil ciento uno."
Todo este discurso académico y lleno de cifras, brota de manera antinatural de boca de una mujer que cocina.
Tres ejemplos más de estas informaciones forzadas que destruyen la naturalidad de cualquier narración son:
"también era experto en las cinco formas de canto: el Gaoqiang, derivado del Yiyang qiang, ambos géneros específicamente timbrados, después le seguía el Kunqiang, que es el sobreviviente del Kunqu, estilo sofisticado originario de la costa, y el Huqin, desmembrado de la ópera de Pekín, muy rítmico" (19);
"leía desde los tres años, escribió a partir de los tres y medio. Su padre la había enseñado, instruyéndola con los comentarios a Los poemas canónicos o el Libro de poemas, la más antigua antología de poesía china, compuesta por trescientas cincuenta piezas líricas, compiladas en la época del 770-476 antes de nuestra era" (27);
"y extendió un volumen donde aparecían hermosos paisajes y poemas caligrafiados por el gran pintor Wang Wei, del período comprendido entre el 699 y el 759 antes de Jesucristo" (207). [Sospecho que la mención de Jesucristo muestra que copió los datos de algún manual occidental].
Por si fuera poco, Valdés piensa que puede compensar su ignorancia con la descripción de objetos, como tazas o tejidos, a los que invariablemente adjudica bordes dorados o plateados, siguiendo un cliché que termina siendo insultante para la inteligencia del lector: sorbió el té el poeta Meng Ting en la taza fileteada en dorado (13); la mujer cosía con hilos preciosos de oro y plata las cubiertas de los libros (19); iba envuelta en una seda roja bordada en hilos de oro (25); se sirvió té en una taza de porcelana dorada (32); era un chal de algodón blanco bordado en hilos plateados (37); sirvió té en dos tazas fileteadas de chispitas de diamantes (50); un chal de hilo blanco fileteado en plata (160); un vestido y un pantalón blanco bordados en plateado (183).
Lamentablemente, las tacitas fileteadas en dorado y las telas de hilos plateados no son suficientes para crear un auténtico ambiente chino. Mucho menos si después los propios chinos andan en su país con un “jabuco” (85) encima ["Jabuco" es un cubanismo que significa bolso, y que sólo se usa en la isla caribeña].
La adulteración de la atmósfera oriental llega al colmo cuando se introducen elementos de la cultura francesa. Estos elementos nunca se integran a la trama y rompen el ambiente que la autora busca sin conseguir. Suena realmente fuera de lugar este comentario en boca de un personaje chino: "Sólo aspiro a envejecer con el deseo de volver a vivir y honrar a mi hija, la única mujer de mi vida, con una vez digna de su inteligencia y de la mía. ¿Habrán leído a Li Yu? Su equivalente occidental es Moliere" (31). ¿A santo de qué tiene un chino que comparar a un dramaturgo clásico de su cultura con Moliere? Igual resulta este ejemplo: "los botones de las flores de lino y de cáñamo a punto de brotar daban la impresión de toques puntillistas en un paisaje de Georges Seurat" (43). ¿Por qué no se menciona mejor a uno de los innumerables y exquisitos pintores chinos?
También existen numerosas incongruencias sociales. El contacto entre dos novios antes de la boda era considerado en China de mal augurio y peligroso. Esta "socialización" entre dos prometidos era impensable. Sin embargo, cuando el señor Xuang va a ofrecer la mano de su hija, propone a los padres de su posible yerno —contra toda costumbre— que su hija virgen se vea a solas con el desconocido joven en otra habitación. Por si fuera poco, ella permite que el muchacho la bese en la nuca: un comportamiento inadmisible.
Mientras los jóvenes hacen de las suyas, los padres se divierten. “El señor Xuang, por su parte, se declaró autor heredero del taoísmo y acto seguido desenrolló un fajo de versos y leyó nueve páginas dedicadas al talento histriónico de Li Ying” (38).
Otra situación absurda se produce en la página 181, cuando una joven le dice al muchacho con que hubiera podido casarse:
—Yo no me casaré nunca, prefiero ser concubina o cortesana, como Hong-fu, quien en el año seiscientos se escapó con el general Li Jing, o como Zhung Wenjuin, quien se casó en contra de la voluntad de sus padres con el poeta Sima Ziangru, eso ocurrió entre los años ciento setenta y nueve y ciento diecisiete. Hoy, desde que te vi, supe que serías mi primer amor.
Además de la ostensible falsedad del diálogo cargado de cifras, en una conversación entre dos jóvenes, resulta bastante absurdo que una joven casadera prefiera el concubinato o la prostitución a otro tipo de vida. En la trama no existe razón alguna que lo justifique: se ha criado en un buen hogar, con padres que la adoran y que llegan al extremo (también inadmisible en esa cultura) de irse a dormir y dejarla a solas con el joven. Para colmo de imposibilidades, esa noche la hija ofrece su virginidad al muchacho y cuando el padre se entera, porque ella misma se lo cuenta, el viejo llama al joven y le dice que él y su esposa están al tanto de todo lo ocurrido y que quiere “agradecer el cariño y el respeto con que te has dirigido a ella” (198). Añade otras muchas idioteces, pero debo abreviar. El lector interesado puede ir a la novela.

Se hacía grandote, se hacía chiquito...:
desatinos psicológicos e imposibilidades físicas.

No hay un solo personaje en esta novela que actúe de manera coherente, de acuerdo con su edad, sexo, posición social o educación. Los comportamientos y acciones siguen caminos erráticos e inexplicables, como es el caso de una niña de 4 años que se escapa de su casa y llega a una encrucijada. “El sendero la condujo a una faja de agua irregular que fue transformándose en riachuelo, y el riachuelo en el vertiginoso Yang-tse-Kiang” (97). A juzgar por la redacción, la niña parece caminar centenares de millas en un instante, que la llevan del nacimiento del riachuelo hasta el curso ancho de uno de los ríos más caudalosos del mundo.
La inverosimilitud no termina ahí. Esta niña prodigio tiene un vocabulario que ya quisieran muchos adultos. Cuando la pequeña (¿deberíamos llamarla Supergirl?) se pone a conversar con el río, le dice: “Enséñame, río, tú podrás iniciarme en el aprendizaje de flotar [...] Mi padre tuvo que irse muy lejos, a buscar trabajo. No poseo muchos recuerdos de él, pero puedo escuchar su canto. Tío Bu Tah trajo un aparato que guarda su voz adentro, y cuando mamá le da vueltas a una manigueta, su canto sale de un caracol inmenso. Me emociona la voz de mi padre cuando interpretaba poemas viejos”(98). Un poco más adelante, en un diálogo con un perro, esta criatura de 4 años dice: “Pero si me vuelvo sorda, no podría escuchar jamás las voces de mis seres queridos, ni la música. Ni los sonidos agradables de la vida...” (101).
En general, no hay consistencia en el retrato de los personajes. En la página 131, el maestro alaba las cualidades de Mo Ying ante su madre, entre ellas, “su carácter extravertido”(sic). Y en la página siguiente, continuando con sus elogios, dice que “su carácter reservado es una de sus mejores cartas de presentación” (132). Más adelante, en la página 133, el maestro dice “jamás pierde la cabeza” y dos líneas más abajo: “reacciona y después reflexiona”. ¿En qué quedamos? ¿Es reflexivo o impulsivo? ¿Es extrovertido o introvertido?
Otro disparate ocurre cuando el personaje de Mo Ying, que ya es un anciano de cien años, ha dejado de hablar y se comunica escribiendo. En el capítulo 33, en medio de una partida de dominó, se dice que uno de los asistentes confunde fechas o sucesos, a lo cual el anciano responde con la siguiente parrafada que “anotaba en un cartoncito”:
“Parece mentira que hayas olvidado semejante suceso, la estancia del escritor Eça de Queiróz en La Habana, como embajador de Portugal. A él le debemos mucho: gracias a su gestión se conoció la realidad apabullante de los contratados, fue el único que se atrevió a denunciar la situación horrorosa a que se hallaban sometidos los asiáticos en este país. Toda la esclavitud es onerosa, pero con los chinos se ensañaron, figúrense, no eran mejores que los negros en el corte de caña. Y eso que, entre 1848 y 1874 fueron vendidos en La Habana nada más y nada menos que la pavorosa cifra de ciento veinticuatro mil seiscientos setenta y tres chinos. Sin contar los clandestinos, en total, podrían ser unos ciento cincuenta mil. La protesta del escritor lusitano trajo como consecuencia el tratado de 1877 entre España y China, que no resolvió mucho, ya que eliminó la contratación legal”(312).
Como diría mi tío, agárrate de la brocha que me llevo la escalera.
Si resulta absurdo que un chino de cien años, enfrascado en un juego de dominó, se ponga a escribir tamaña disertación histórica en un “cartoncito”, peor aún resulta que cite cifras tan precisas del número de esclavos chinos vendidos, como si se tratara de un personaje autista. Por si fuera poco, la autora comete una pifia de calibre cuando el anciano le recrimina al otro que haya olvidado la estancia del escritor portugués, como si ambos hubieran vivido el suceso. Queiroz inició su gestión diplomática en la isla en 1872 y se retiró poco después. Parece que a Valdés se le olvidó que su personaje no llegó a La Habana hasta la década de 1920. Pero no podemos pedirle más a quien publica novelas de 400 páginas con pocos meses de diferencia, como si se tratara de salchichas.
Otro caso de "autismo" se produce en la página 53. Después que un personaje emplea casi dos páginas en contarle a otro cómo crió a su hija:
Un inmenso y perturbador silencio abochornó la tarde, interrumpido por el señor Ying.
—¿Se da cuenta? ¡Aproximadamente cuatrocientas seis palabras acaba de emplear usted en contarnos esa triste anécdota! Ha conseguido echarme a perder el día.
¿Cómo puede alguien contar al vuelo, en medio de un discurso, el número de palabras que ha empleado su interlocutor? Y ya que va a mencionar una cifra tan específica, ¿por qué calificarla diciendo que se trata de “aproximadamente” 406 palabras? Todo resulta absurdo, de principio a fin.

Situaciones y diálogos grotescos.

Otros antes que yo han señalado el grado de ridiculez que pueden alcanzar ciertas escenas en las novelas de esta autora. En La eternidad del instante hay un buen récord de ellas, pero sólo citaré algunas. En la página 45, Mei y Li Ying hacen el amor:
La penetró suavemente, Mei suspiró en un quejido hondo.
—Yo soy el Yin y tú, el Yang. Sol y luna, luz y sombra, la montaña y el río. Las raíces del cielo y de la tierra. Todo y nada.
El hombre tarareó por lo bajo y, entusiasmado, se puso a entonar una ópera(45).
Otra escena digna de ser citada: "Xue Ying huyó al patio, casi corría, daba pequeños y cómicos saltitos, entre sus dientes mordía la punta de la blusa, así experimentaba su contento". (75).
También cuando nace un bebé:
La señora Ying daba saltitos sobre las puntas de sus diminutos pies, palmoteaba de alegría como si bailara embrujada, imbuida por cantos tribales.
—¡La vida será para él un inmenso tesoro! —comentó a grito pelado [...]
—Audaz, encantador, lúdico, abierto... ¡Aventurero! —exclamó el señor Xuang.
—Demasiado irritable por momentos —señaló como defecto el señor Ying.
—Lógico, marido mío, será fácilmente emotivo, vibrante en sus acciones. Sin embargo, elocuente hasta una cierta edad [...] Vigilará atentamente sus palabras, planificará exhaustivamente los extensos períodos de silencio (51-2).
Al margen de la tonta imagen de una anciana que salta y palmotea como un personaje de comics mientras chilla sandeces, me gustaría saber cómo es posible que un par de abuelos pueda deducir tantas cosas, con sólo escuchar los berridos de un recién nacido. También quisiera que alguien me tradujera al español la frase: “planificará exhaustivamente los extensos períodos de silencio”.

Contradicciones en la trama.

El resultado de trabajar a toda carrera y con un desorden absoluto, con tal de añadir un título más a su currículum, ha sido fatal para Valdés. En la página 125, Mo Ying es un médico masajista que trabaja en su oficio en medio de una nube de vapor y que incluso es llamado para resucitar a un hombre que no respira y al cual finalmente salva. Cinco páginas después, sin que se haya producido ningún cambio en sus condiciones de vida, Mo Ying piensa que “aguardar agazapado toda una noche para a la mañana siguiente ser el primero en una larga cola y así conseguir ser contratado en tareas pobremente remuneradas” no es una acción que represente “un apoyo consistente para los suyos” (130). ¿En qué quedamos? ¿No era un médico que trabajaba en una sauna? ¿Por qué ahora parece en una cola de desempleados que buscan trabajo?
Cuando Li Ying es asaltado, alguien deja su cuerpo inconsciente en la bodega de un barco. Finalmente lo encuentran, pero nadie sabe quién es. Entonces llaman a un médico francés que viaja a bordo para que lo atienda:
El médico registró entre los cabellos enmarañados y ensangrentados del desconocido, comprobó que de un tirón de pelo le habían dejado una tonsura, desde la cual se había delineado hacia la frente una supurante cicatriz.
—De un desgarrón le privaron de una gruesa trenza o de un rabo de mula. Tenía los cabellos muy abundantes y largos, muy sedosos. Sí, no cabe duda es un hombre de buena familia. (138-39)
¿De dónde saca el médico, con sólo observar la herida del cuero cabelludo, que el hombre había tenido un pelo muy largo y que era un hombre de buena familia?
Después encuentran que lleva una trenza oculta entre sus ropas. El médico la huele y dictamina:
—Pelo de mujer perfumado con galán de noche, gardenia, azucenas blancas. De una mujer culta y hermosa (139).
Supongamos que este médico tiene el olfato de Sherlock Holmes y puede distinguir de sopetón todos estos aromas. Pero ¿cómo logra adivinar, oliendo un trozo de trenza, que su dueña es culta o que tiene hermosas facciones?
Lo peor ocurre en la página 205, cuando un sujeto a quien conoce el hijo de Li Ying, le confiesa “Corté la trenza de tu padre y la envolví en un chal blanco”. Antes se nos había dicho que la trenza le había sido arrancada, dejándole una supurante cicatriz. Una vez más, ¿en qué quedamos?

Disparates ecológicos:
el caso de los animales prodigio o la influencia nefasta de Hollywood.

En la página 70, Mo Ying se ha ido a vivir con su maestro a los alrededores de la montaña Leshan que, al menos en mi planisferio, está situada bien al centro de China, en una zona bastante fría. El niño que deambula por el bosque, “juraba que los galápagos sonreían”. Hay un ligero problema con esta escena: en China no hay galápagos, como no sea que vaya a verlos a un zoológico. Las tortugas galápagos son animales de agua salada que habitan en las Islas Galápagos y en la costa occidental de Ecuador, bien cerca de mares cálidos, y no en medio de las montañas frías de China, situadas a cientos de kilómetros del océano.
Hallamos otras dos perlas en este parrafito. ¿Recuerdan a la pequeña Supergirl de 4 años que se había escapado de su casa y recorría en breves instantes centenares de millas, siguiendo el curso del Yang-tsé? Pues en su periplo por el río, la niña se encuentra con un perro que parece émulo de Rin-Tin-Tin (el can hollywoodense de los años 50) y que le enseña a flotar y a nadar, tomándola de la mano y haciéndola apoyarse sobre su lomo para luego soltarla poco a poco. No puedo transcribir toda la escenita por razones de espacio, pero si quieren reírse (o indignarse, porque imagino que no todos los lectores tienen mi sentido del humor), búsquenla en las páginas 98-100.
Mientras la niña-prodigio bucea, descubre un raro animal entre unas rocas. El texto nos dice que “acababa de conocer al manatí, pero aún no sabía nombrarlo” (101). Lamento tener que informar que no existen manatíes en el río Yang-tsé. Ni siquiera los hay en China. ¿Será que la autora confundió al manatí con el dugongo, que es primo lejano del manatí? Es posible. Pero se trata de especies distintas, con muchos detalles en su morfología y habitat que las diferencian. Y aunque la autora se hubiera referido al dugongo asiático, tampoco habría sido factible el encuentro porque el hábitat de esas criaturas es el agua salada. La especie Dugong dugon habita en las zonas costeras y bajas del océano Indo-Pacífico, por lo que jamás se le hallará en los ríos interiores de un continente. Así es que no hay modo de salvar la escena.
Abusando de la paciencia del lector, me permito mostrarle una última joya. En la página 130, leemos: “Su mente quedó en blanco ante la majestuosidad de la ceiba, el árbol sagrado de Cuba que atraviesa el mundo con sus raíces y renace en China. Cerró los ojos, aspiró el perfume floral.”
Qusiera hacer una aclaración sobre el árbol sagrado de Cuba. La Ceiba pentandra, que es la especie cubana a que se refiere la autora, no existe en Asia. Pero démosle la consabida licencia y pensemos que la ceiba cubana apareció allí de manera más o menos fantástica. De cualquier manera, el olor de sus flores deja mucho que desear. Las flores de la especie cubana tienen un olor bastante desagradable que incluso algunos manuales califican de apestoso, si se me perdona la expresión. Así es que de perfume, nada.

Esclavos cubanos en la época del Foxtrot:
desatinos históricos y científicos.

Algunos de los mayores desaciertos de la autora se producen cada vez que intenta nombrar o describir escenas relacionadas con la medicina o las ciencias. Ya en su artículo sobre Lobas de mar, por ejemplo, Nuncio Hernández señalaba que un personaje del año 1690 mencionaba la palabra virus en una época en que nadie tenía la menor idea de su existencia.
En La eternidad del instante, los errores de esta índole continúan. Permítanme citar un fragmento algo extenso:
Meng Ting enseñó a su discípulo a adivinar, o mejor, a descubrir la enfermedad observando un buen rato la lengua y el tinte en la mácula de los ojos del paciente, también lo entrenó en el arte y la precisión científica de cómo curar a los enfermos sólo manipulándoles el pulso con el pulgar y el índice.
Mo Ying bebió en el conocimiento de su maestro y se hizo experto en el secreto de las plantas, de los minerales, de las piedras. En pocos meses logró convertirse en el mejor cómplice de la naturaleza, y mutuamente se aconsejaban en los métodos que debían ser utilizados para alargar la vida de un moribundo. El joven aprendiz aseguraba que podía mantener un diálogo enriquecedor con las yerbas, los animales, los ríos, los caracoles...
También devino un gran conocedor de su propio cuerpo, de sí mismo. Controlaba su pensamiento como nadie, podía estirar la piel y el esqueleto, sucumbir ante el traquear de sus huesos y acariciar una estrella (69-70).
Vayamos por partes, porque la acumulación de disparates aquí supera cualquier posible récord de la propia autora. Este maestro debe ser el peor médico chino de la historia. En primer lugar, la mácula se encuentra en el fondo del ojo, muy cerca del nervio óptico. Por tanto, resulta imposible verla en un paciente, a menos que le perforemos un ojo. Lo que los médicos pueden examinar en un paciente, sin dañarlo, es el iris, que presenta variaciones de color y pigmentación. O, en todo caso, la esclerótica, que es la región más clara y ligeramente azulada, que rodea el iris.
Por otra parte, la medicina china cuenta con métodos alternativos que hoy son bien conocidos en Occidente, pero ninguno de ellos cura manipulando el pulso con los dedos. Sospechamos que la autora ha confundido las cosas, y pensó que la digitopuntura consistía en la manipulación del pulso.
No quisiera detenerme mucho en la caricaturesca expresión “diálogo enriquecedor con las yerbas, los animales,” etc.; ni en la absurda imagen de un muchacho que “podía estirar la piel y el esqueleto”. Podríamos pensar que, dada su constante confusión de culturas, la autora pudiera estar refiriéndose al yoga de los hindúes por aquello de “estirar el esqueleto” (una descripción bastante desafortunada, por cierto), pero no conocemos de ninguna disciplina que busque estirar la piel.
Por último Valdés menciona que, entre los conocimientos adquiridos, el joven podía “sucumbir ante el traquear de sus huesos”. No tenemos la menor idea de lo que ha querido decir con esto.
Otro encontronazo con la ciencia ocurre más adelante, en la página 185, donde dice que “Paulina padecía de esquizofrenia, paranoia y psicosis o doble personalidad” (185). Por lo visto, Valdés tampoco tiene la menor idea de lo que es una psicosis, ya que la equipara con la “doble personalidad”. Menos aún sabe cómo funcionan las enfermedades mentales, puesto que adjudica a la misma persona todas las mencionadas.
Un elemento fundamental de la cultura china son sus creencias filosóficas. La autora relaciona actitudes occidentales, o que pertenecen a otras culturas, con la vida cotidiana de personajes budistas. En un párrafo que se hace eco de las reflexiones de uno de ellos, se da “gracias a Dios” (29) cuando ningún budista haría una invocación así. Los budistas nunca dan gracias a Dios, ni le ruegan a Dios, ni cosa que se le parezca. El budismo no es una religión en el sentido occidental del término, y tampoco menciona a Dios alguno en quien se deba creer. Así es que esa frase pertenece a una cultura diferente.
A mitad de novela, la autora parece a punto de enmendar el desatino cuando dice: “Mo Ying vio los cielos abiertos, aunque ésa no haya sido la frase exacta que sobrevoló su mente, dado que su religión no era la católica y que el budismo es más creencia que religión” (244). Pero el enmiendo queda a medias. Valdés desconoce o maneja mal el significado de muchas palabras (como veremos luego en detalle) y es incapaz de expresarse con coherencia. Toda religión es una creencia. Decir que "el budismo es más creencia que religión" no tiene el menor sentido. Suponemos que quiso decir “el budismo es más filosofía que religión”, pero vaya usted a saber.
Más adelante el anciano, que vive en Cuba, entra a escondidas en una iglesia para ver a su nieta. La familia lo descubre, y él, que se siente “molesto por haber llamado la atención, sólo pedía a Dios el poder de evaporarse, de hacerse invisible”. No es que el anciano se haya vuelto cristiano, sino que la autora vuelve a olvidar (o a ignorar) este detalle.
La Historia tampoco es uno de los puntos fuertes de Valdés. Antes bien, debería huir de la novela histórica (o con pretenciones históricas) como si se tratara del mismísimo demonio. Esta autora suele confundir tiempos y culturas. En La eternidad del instante encontramos que un maestro y su discípulo, quienes se ha retirado a la soledad de una montaña en el centro de China, dibujan “jeroglíficos en extensos papiros” (69). Amén de que confunde la escritura china con la del Antiguo Egipto, hay que recordar que los chinos fueron los inventores del papel que hoy usamos. Muestras del mismo se han encontrado en tumbas que datan del segundo siglo antes de Cristo. En cualquier caso, un cronista chino ya describía el método moderno de hacer papel en el año 105 de nuestra era. Así es que los personajes de Valdés no tenían necesidad de escribir en papiros, especialmente en fecha tan reciente como 1914.
En la página 205-6, un pescador informa a Mo Ying, quien se dirige a Cuba en busca de su padre: “Encargué a un enganchador, de los que trafican con los campesinos y los venden luego como esclavos, que se ocupara de tu padre en cuanto éste se recuperara. En Cuba se necesitan braceros y los terratenientes ya no quieren más esclavitud negra, quieren blanquear, en este caso amarillear, la población. No, no te inquietes, me aseguré de que no lo revendieran como esclavo”. El problema de esta escena es que ocurre en la década de 1920, cuando ya hacía muchos años que no había esclavitud en la isla, ni china, ni negra, ni de ningún otro tipo.
Por último mencionaremos que en la página 81 se dice: “En Shanghai los hombres de negocios veneraban unos edificios que para él resultaban portentosos y horribles; los llamaban rascacielos" (81). Pero la escena ocurre en 1919, cuando no existían rascacielos en Shanghai. Los primeros comenzaron a construirse en la década de 1930.

Problemas de forma

Lo menos que uno podría pedir a cualquier escritor es que maneje su idioma con cierta coherencia. No estoy hablando siquiera de estilo, de vuelo imaginativo, y de todas esas pericias que los verdaderos escritores convierten en arte. Me refiero, sencillamente, al uso más elemental de la lengua. Con La eternidad del instante, Zoé Valdés ratifica que ni siquiera sabe manipular las herramientas más simples con las que se construye el edificio de nuestro idioma.

Verbos de horror y misterio.

En el terreno verbal, es evidente que a menudo Valdés ignora lo que significan o no se toma el trabajo de abrir un diccionario para averiguar si los está usando bien. Muchas veces emplea un verbo en lugar de otro, o lo inventa, como si estuviera tan apurada por terminar el libro que no pudiera detenerse a pensar un instante en lo que está escribiendo. Estos son algunos ejemplos: salivó sus palabras (139); la pequeña enlazó el cuello del anciano (160). [No es que haya querido ahorcar al infeliz abuelo; sólo quiso abrazarlo]; hizo un esfuerzo mental e intentó arbolar un círculo, después un triángulo (141); su verdadero sufrimiento constituía en la pérdida de su esposa (149); el anciano desentumeció las piernas, dio unos pasitos por el lugar reguindado del brazo a Gina (155) [El verbo “reguindar” es un barbarismo. Pero si fuera a usarlo, sería “reguindado del brazo de Gina”, o “reguindado al brazo de Gina”. En ningún caso, como aparece); así consiguió liberarle la cabeza atrabancada entre los barrotes mohosos (160) [Atrabancar significa: pasar, salir apresuradamente; llenar. Atrabancar, como sinónimo del verbo trabar o atascar, es barbarismo que sólo usan en Cuba personas muy incultas]; los ojos humedecidos voltearon sus pupilas (219); sus ojos empañados vidriaban (219).
Un aparte merece el verbo “comunicar”. En la página 38, se lee: “¿Y si jugáramos al mahjong? —invitó el señor Xuang—. Sin dinero, claro. Cuestión de entretenernos, mientras ellos intentan comunicar.”
La frase suena trunca, porque el verbo “comunicar” se queda sin su estructura sintáctica complementaria. Lo correcto debió ser “comunicarse”, pues se está refiriendo a dos jóvenes solteros que se encuentran a solas en una habitación contigua. Uno no "comunica" a secas, a menos que se trate de comunicar un estado de ánimo, un mensaje o una señal. Entre dos sujetos, la sintaxis del verbo requiere un complemento. Este mismo problema se repite varias veces: “presiento que se halla a salvo, pero le es imposible comunicar con nosotros” (115); “no padece ningún problema que le impida comunicar a través del habla” (239-40); “Lola y yo comunicamos sin que nadie tenga que mediar” (276); “desde entonces comunicó con todo el mundo” (284).

Adjetivos, adverbios y partículas extrañas.

En este acápite, los errores van de los barbarismos a los galicismos, pasando por los vulgarismos, e incluso llegando al vocablo inexistente. Muchas veces, sólo es posible enterarse de lo que la autora quiso decir por el contexto. Algunos ejemplos: probablemente sólo los artesanos y los intelectuales no se den demasiada cuenta todavía (63) [uno se da cuenta o no se da cuenta de algo; “darse demasiada cuenta” es un barbarismo absurdo); besó la piel perfumada a la canela (73); ¿por qué llevas pañuelo a la cabeza, querida esposa? (79); se ajetreó apresurado (125) [Le sobra ese “se” porque no se refiere a sí mismo, sino a algo que está haciendo]; de otro lado, no teme colocarse al borde del abismo (132) [en vez de “por otro lado”]; carraspeó acentuado (150); en eso lo sacudió un espantoso llanto de un niño (158); la mujer desapareció intrincada en la maleza (170); pespunteó la tierra con los dedos apelluncados de sus minúsculos pies (197) [la palabra subrayada no existe. Tal vez quiso decir apeñuscado, del verbo apeñuscar: apiñar, agrupar, amontonar].

Puntuación arbitraria

En La eternidad del instante, apenas existe una página donde no haya signos de puntuación mal usados. Sólo señalaremos tres de estos ejemplos, que pueden hallarse con sólo abrir el libro al azar. Las comas faltan o están usadas en lugar de los puntos. Y los puntos aparecen interrumpiendo una oración o una idea de manera arbitraria:
Pero era inevitable; la mujer lo comentó en voz alta con su marido, la vida es así, cuando un hijo se enamora los padres se ponen muy nerviosos. (23)
una mesa redonda, sobre la que había un portasable con un magnífico sable antiguo, barnizado en negro y rojo, con un cordón dorado también dos taburetes cuyos fondos y respaldares estaban forrados en piel de chivo... (148)
El cuarto donde vivía Maximiliano colindaba con un ojo de patio. Situado en el sótano. Encima había un edificio de seis pisos, un apartamento por piso. (148)

Construcción confusa o extraña

A veces las lagunas idiomáticas provocan imágenes tan retorcidas que su sentido se vuelve totalmente delirante. Quien no sabe usar las partículas más elementales del lenguaje, tarde o temprano termina por expresarse en un verdadero galimatías, como ocurre en los siguientes ejemplos: colocó la mente en la posición del cuerpo (20); la voz de Mei atravesó los tejidos, los músculos. Instalada en las entrañas del señor Xuang, multiplicó su potencia e hizo eco en el pulmón izquierdo del hombre (34); los jóvenes se hallaban sentados frente a frente, las pupilas húmedas del uno fijas en el otro, el entorno devino invisible por entero, borrados los muebles, las paredes, el techo, desaparecido todo lo que estaba detrás de todo eso (39); aquel día el anciano cumplía cien años postrado en un camastro desvencijado (147) [a juzgar por lo que sigue, no es que el anciano lleve cien años en esa cama, sino que cumplía cien años mientras estaba en su lecho]; aquella noche Lola se negó a cenar con la boca apretada (162) [supongo que quiso decir: Aquella noche, con la boca apretada, Lola se negó a cenar]; a tal punto consiguió dulcificar a mi madre que ella se puso blanda y penetrante (181); al mismo tiempo ofrendaban unos violines en honor de Cachita, la Virgen de la Caridad del Cobre (179) [imagino que quiso decir que los asistentes ofrecían unas melodías tocadas con violín, en honor a la virgen, porque a ésta no se le ofrendan violines ni ningún tipo de instrumento musical].

Delirium tremens o la incoherencia ya pasa de castaño oscuro.

Si el lector creyó que hasta aquí llegaba el disparate, se equivoca. Los cubanos tenemos un término para describir los ejemplos que mostraré a continuación: redacción “macarrónica”. No sé si el adjetivo se usará en otros países. Decimos macarrónico para referirnos a alguien que escribe sin ton ni son, en una longaniza de palabras inconexas o cuyo significado se vuelve ininteligible. He aquí algunas muestras:
--> excitaba las terminaciones de sus nervios por encima de su desnudez (43).
--> aunque los monjes ya no podían comprar sus obras, les enviaban consumidores extranjeros que se interesaban en el incomprensible, aunque incomparable para ellos, fabuloso trazo chino y en el tejido original, no en el fabricado por las industrias inglesas, europeas y americanas (62) [Además del rompecabezas que representa la frase, es absurdo enumerar las industrias inglesas como una categoría aparte de las europeas, como si Inglaterra no estuviera en Europa].
-->colocaba la punta de la lengua en el paladar y de ahí la deslizaba hacia la cavidad situada encima del corazón (71).
--> respetaba el silencio, el resto era puro galimatías de soberbias (71).
--> Li Ying argumentaba que, en caso de que se viera doblegado ante el pensamiento y la cultura extranjera, antes de hacerlo en su propio país, lo cual resultaba sumamente vejatorio y doloroso para él y para muchos que pensaban como él pero que no se atrevían a expresarlo, prefería descubrir por sí mismo otras culturas, las auténticas y no las pasadas por agua, traficadas y filtradas por el afán consumista, netamente comercial, de la importación (78).
--> había firmado un papel, una especie de contrato, que contenía frases demasiado enrevesadas para su escaso conocimiento de la jerga técnica de un cierto y sospechoso sindicalismo, francmasonería o mafia (83).
--> expresará claramente sus deseos, aunque no se siente seducido en absoluto por lo material. Es, por excelencia, un abarcador de presentimientos (133)
--> no concebía la idea de que su cuerpo, y menos su mente, abordaran la última fatiga (147).
Le ruego al lector que tome aire y trate de no marearse mucho, porque la cosa no termina aquí. Dentro de la incoherencia, el caso de las oraciones sin verbo es uno de los peores. La idea que comienza no llega a ninguna parte, y el lector se queda literalmente colgado del aire.
En la página 67, dice: “Después de varias semanas de aciago viaje, lluvia, lodo, noches de mucho vapor o, por el contrario, algunas demasiado frías. Finalmente encontraron un ancho claro en medio de un bosque bastante llano...” Como se ve, la frase que inicia el párrafo jamás llega a convertirse en oración. Nunca sabemos qué quiso decir.
Más tarde, en la página 78, se lee: “En una ruta a la inversa a la gloriosa y exitosa ruta de la seda, denominada así a finales del siglo XIX por el geógrafo alemán Ferdinand von Richtoffen. En busca de una especie de seda negra y líquida, a la que los viajeros, cada vez más numerosos y ambiciosos de un rico porvenir, llamaron petróleo.” Y ahí termina todo. Ambas oraciones quedan incompletas, sin los correspondientes verbos y sintagmas verbales que nos hubieran permitido saber adónde se dirigían ambas.

Otros casos de redacción elemental.

Un cirujano debe estar al día de los últimos adelantos en la medicina. También debe repasar constantemente sus conocimientos, so pena de olvidar ciertas cosas y terminar matando a un paciente. Lo mismo ocurre con el lenguaje. La autora de un texto como La eternidad del instante puede convertirse en una verdadera asesina en serie cuando olvida los elementos esenciales de su uso.
Reglas de ortografía: En la página 313, leemos: “la partida de dominó terminaba como la fiesta del güatao”. La autora olvida que El Guatao debe escribirse con mayúscula, porque es un pueblo cercano a La Habana donde se produjo aquella fiesta memorable para todo nativo de la isla y que terminó a puñetazo limpio. Peor aun, olvidó que la sílaba “gua” no lleva diéresis en nuestra lengua.
Galicismos: Los galicismos en la sintaxis campean: ya no era más él (20) [Corrección: ya no era él]; algún día no existirá más todo este tesoro [Corrección: algún día ya no existirá este tesoro]; cuando usted no esté más (241) [Corrección: cuando usted ya no esté].
Concordancia: La concordancia sujeto/verbo es un instrumento elemental del lenguaje. Ahí van un par de perlas: La pareja aplaudió entusiasmada, agradecidos por encima de todo de que un poeta de su talla... (38) [ en vez de agradecida]; los días y las noches siguientes fueron todas idénticas (139) [en vez de todos idénticos]; cuando alguien cruzaba el umbral evitaban todas las enfermedades que amenazaban con brotar en el cuerpo (179) [en vez de evitaba].

Problemas de estilo

Todo escritor posee un elemento estilístico que lo distingue de otro. La originalidad, la elegancia o la fuerza con que logra dibujar las imágenes son parte ineludible de su oficio. Usar lugares comunes, muletillas repetitivas o descripciones pedestres son vicios estilísticos imperdonables en cualquier autor que se respete, pero Valdés parece haber hecho una recopilación de lo peor en este sentido.

I- Clichés a lo Corín Tellado

Las novelitas rosas (como las telenovelas) están llenas de lugares comunes y frases ridículas. Los ejemplos de esta clase abundan en la novela: la marmórea blancura de la nieve (27); exhaló un delicado suspiro (37); hombro ambarino (45); graciosa mesita (52); graciosa oreja (80); ambos rieron a mandíbula batiente (120); los pulposos y encarnados labios (197).
En los diálogos también hallamos perlas como: No le guardo rencor a nuestro padre, te equivocas, pero su partida me ha provocado un desgarramiento cuya herida no cerrará jamás (93). O esta otra: preguntó sin titubeos, imbuido por el veneno de la sospecha que su hermana había inoculado en él (116).

II- Muletillas

Y llegamos a los famosos “o sea” que ya Nuncio Hernández había señalado en su famoso artículo “Lobas de mar, o sea, hablando boberías”. En La eternidad del instante la autora insiste en usarlos nuevamente a destajo. Y aunque esos “o sea” deben ir custodiados por comas delante y atrás, la autora siempre olvida colocar la segunda: en el papel de dan, o sea de mujer (17); el padre de Li Ying, o sea su abuelo (62); no le parecía justo pedir dinero a algún enfermo pobre, ni a las prostitutas, menos a los ancianos pobres, o sea que se dedicó a curar gratis (106); de seguro lo hubiéramos encontrado de todos modos, pero por la peste, o sea muerto y bien podrido (138); la mujer acababa de descubrir que el marido la traicionaba, o sea que desperdiciaba dinero en la manutención de la querida (157); los hijos de la negra Domitila Milagros de la Caridad, iniciaban un escandaloso bembé en honor de Changó, o sea de Santa Bárbara (179); los tarreaban como locos, o sea les ponían los cuernos (215); creo que has pillado a la persona indicada, la que te salvará el pellejo. O sea, yo (216); Rosario Piedad Magnolia Primitiva de la Rencarnación Sarmientos de Fong, la madrestra, o sea la esposa de Mario Fong (285); los casó su amigo, o sea su hijo (296).
Otra muletilla bastante común es “justo”. Algunos ejemplos: aunque se hallaba todavía a considerable distancia de la cocina, justo en el saloncito circular (113); Mei Ying se volteó, la mirada interrogante, justo cuando el hijo (113); y ella, o él, se dicen justo lo que ambos necesitaban escuchar (116); hacían una sola comida diaria, justo a las once de la mañana (199); se cayó justo de un banquito (213); para que el chino se desplomara justo en el fondo (253); compren justo las necesarias (269); uno en la mejilla, justo al lado de la aleta derecha (272); dijo que ahí se hallaba el escondite de todas sus riquezas, justodonde antes estaba situado el pesebre (300).

III- Uso infantil de los signos de exclamación

El uso indiscriminado de la exclamación asemeja cualquier texto a esas composiciones que solíamos escribir cuando éramos niños y que terminaban en frases como: ¡Qué feliz pasé mis vacaciones! Parece que la autora --que no pudo terminar nunca una carrera universitaria, quizás por mal aprovechamiento académico desde la primaria-- se quedó en esa primera fase de las composiciones infantiles. No voy a aburrir al lector con muchos ejemplos. Sólo mostraré la perla de cultivo que aparece en la página 33:
—¡Oh, hija, tengo una excelente noticia que darte! ¡El gran Li Ying desea conocerte! ¡Anoche te vio y se quedó prendado de ti! ¡Su padre ha estado informándose sobre nosotros! ¡Su padre, un editor, un gran poeta! Figúrate, son una familia de muy buena posición. ¡Poseen un teatro! ¡Es una modesta pagoda, donada por los monjes, convertida en teatro! ¡Pero pagoda al fin y al cabo! ¡Viven de las rentas del abuelo paterno, de los bordados de la madre y los libros editados por el padre se venden muy bien! ¡Pueden darse el lujo de sentarse a escuchar poesía! ¡Tendré un yerno honorable!
Sin comentarios.

IV- Repeticiones.

La repetición de palabras dentro de una misma oración o en sus cercanías inmediatas es uno de los elementos que distingue a un escritor profesional de otro aficionado. Con un pequeñísimo esfuerzo, con una revisión muy somera, se hubieran podido evitar tantos duplicados. Aquí van tres ejemplos:

a partir de esos minutos, podía despreocuparse un poco de su pequeña, aunque no del todo:
—Nunca se desentiende uno del todo de los hijos —susurró (34).

la grave resonancia huía hacia la noche y resonaba(135).

—¿Por qué no hablas en chino? —Oyó preguntar al capitán del barco.
—Por la sencilla razón de que no sé una palabra de chino —respondió el médico incómodo.
—Un médico debería conocer el chino... —criticó el capitán—. En fin, tenemos muchos chinos en el barco... (142)

V- De cómo la pobreza de recursos es capaz de provocar una epilepsia colectiva.

En la narrativa de Valdés, la falta de recursos se traduce en la repetición de las mismas imágenes. Una de sus preferidas se relaciona --vaya usted a saber por qué razón-- con los ojos en blanco. Los protagonistas --no importa si están furiosos, asustados, haciendo el amor o fumando-- siempre se quedan con los ojos en blanco o "revirados", para usar el elegante verbo de la autora. La infeliz imagen produce la sensación de que estamos leyendo una novela sobre epilépticos: su esposa le reviró los ojos en señal de desaprobación (39); con los ojos virados en blanco, gimió en un orgasmo duradero (47); esperó asustada de escuchar alguna noticia desagradable, los ojos virados en blanco (115); el anciano suspiró hondo y viró los ojos en blanco, descontento (152); inquirió con los ojos volteados en blanco (189); chupaba la pipa con los ojos entrecerrados, virados en blanco (195); prefería quedarse más tiempo con el anciano, leer sus historias, observarlo fumar con los ojos virados en blanco (261); Bárbara Buttler resopló y reviró los ojos en blanco (265); vidriaba el blanco de los ojos (267); sus ojos virados en blanco, escudriñaban de reojo el cielo (330).

Un caso de conciencia

Quiero cerrar mi breve exposición (y digo breve, porque es sólo la tercera parte de lo que he encontrado en el texto) con una reflexión personal. Es imposible esperar que una novela de casi 400 páginas, que al parecer fue escrita y revisada en el espacio de pocos meses, pueda convertirse en buena literatura, especialmente si su autora posee tamañas lagunas culturales y lingüísticas. No importa cuán buena agencia la cobije o le consiga los premios más cotizados del habla española; no importa que los intereses mercantiles de ciertas editoriales le permitan publicar una piltrafa literaria tras otra. Lo que ha quedado para la historia es suficiente para que pueda pronosticarse que sus obras terminarán en el olvido.
La razón por la que esta autora ha conseguido cierto éxito de ventas es sabida: el uso de un vocabulario soez y vulgar (que también existe en La eternidad del instante, aunque no me haya referido a él), y el regodeo de escenas casi escatológicas que pueden despertar el morbo en cierto tipo de lectores. Pasada la primera impresión, y en vista de que las ventas han ido bajando de novela en novela, la actividad política ha resultado un método más seguro para ganarse un espacio en la prensa.
Reconozco y alabo los esfuerzos de quienes condenan las injusticias que sufren mis compatriotas, pero no caeré en el error de confundir la gimnasia con la magnesia. Un activista político es una cosa, y un escritor es otra. No creo que la promoción de un autor tenga que depender de la prensa que consigue gracias a entrevistas donde ataca determinado sistema político.
Aunque no me agrada mucho exponer los desaciertos artísticos de alguien cuyas ideas políticas comparto, creo que como lector y como cubano cometería un crimen si defendiera, como literatura digna de mi país, la obra de un autor que resulta un bochorno para la cultura de una tierra que ha dado plumas como José Martí, Alejo Carpentier, Eliseo Diego o Reinaldo Arenas.
Algunos seres humanos cometen el error de confundir ideas con personajes, y personajes con países. Cuba no son sus gobernantes. De igual manera, criticar a un autor no significa que estemos atacando ciertas ideas políticas. Creo que esta confusión ha llevado a algunos coterráneos a una posición algo esquizofrénica. Estamos tan deseosos de escuchar que la prensa internacional se haga eco de nuestras ideas que no nos atrevemos a criticar los desaciertos literarios de quien logra llegar a esa prensa, por temor a que nos califiquen de malos patriotas o algo por el estilo. He oído a más de un cubano hablar horrores de los libros de Valdés en privado, y luego callar discretamente o evadir responder lo que piensa de ellos en público.
Personalmente me parece que pasar por alto ciertos delitos de lesa literatura, sólo por el hecho de que quien los comete es un cubano cuyas ideas políticas coinciden más o menos con las nuestras, es un grave error. Creo que la cubanía no debe defenderse sólo con el corazón, sino también con la inteligencia.

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