LO PLUTONICO

Por Heriberto Yépez*


El removimiento de Plutón de la lista de los planetas y su reposicionamiento en el sistema solar bajo una subcategoría bastante dudosa en sí misma, no cambió el universo: cambió la mente, es decir, la idiotez humana. El cosmos permaneció igual —objetos derrochando energía o dando vueltas absurdas unos sobre otros—; el cambio de dignidad, en realidad, lo sufrió nuestro modelo del sistema solar (que probó ser caprichoso). Pero si bien Plutón pasará a la sombra, nació la noción de lo “plutónico”.
Se dirá: “That’s plutonic!” o “¡Eso sí que es plutónico!” Aventuro (o sugiero) que lo plutónico se volverá un adjetivo idiosincrático, como lo “borgiano”, lo “sibarita”, lo “cantinflesco” o lo “samaritano”. Lo plutónico o plutoniano será la denominación que recibirá una forma de ser o comportarse.
Dentro de unos años la definición de lo plutónico comenzará en los diccionarios: “Plutónico, lo. Dícese de lo reconsiderado, de aquello que ocupó durante un periodo un puesto que no le pertenecía...” Sus connotaciones serán múltiples. Adelantaré algunas. Se llamará “plutonías” a los movimientos contrarios a los del resto —Plutón rota en la dirección contraria al consenso de los demás planetas, así que desde siempre fue inadecuado su comportamiento dentro del club solar— y “plutoniano”, en general, será lo expulsado.
Que alguien se cuele, digamos, en una fiesta y pueda relacionarse con personas de superior rango exclusivamente, para después ser sacado por seguridad, será una suerte “plutónica”. Lo plutónico, a todas luces, pertenecerá a la región de lo tragicómico. Si en lugar de ser kafkiano, Kafka hubiera sido plutoniano, hubiera escrito historias de individuos que son recibidos con bombo y platillo al Castillo, o bienvenidos a América, o a los que las puertas de la Ley se les abren exitosamente, pero más tarde tales individuos son puestos de puntitas en la calle. (El destino de los soldados norteamericanos, por ejemplo, es plutónico). Si en lugar de ser eleático, Zenón hubiera sido plutónico, hubiera urdido la historia de un Aquiles que vencía a la tortuga en aquella famosa carrera (pero luego su medalla olímpica le hubiera sido removida debido a los resultados del antidoping posteriormente practicado). La paradoja plutónica, señores, ha nacido.
El sino de Plutón estaba echado desde que se le descubrió —el 18 de febrero de 1930— gracias a las pesquisas del imaginario Planeta X, así que la decisión desplanetizadora de la Unión Internacional Astronómica —el 24 de agosto de 2006— fue, sencillamente, el colmo de su ya anticipado destino de volverse equis. Lo plutónico, pues, es que el destino nos realcance.
Pobrecito, Plutoncito, ¡no fue como David! (En los mundos plutónicos, Goliat le da su merecido a dicho chaparrón). Pero como Plutón fue alrevesado, contreras, presiento que los grupos alternativos se identificarán con él y que todo movimiento marginal, izquierdista, altermundista o de excluidos lo tomará como su símbolo.
Si lo marciano es la posibilidad de vida extraterrestre (o por lo menos con antenitas o colorada) y lo uránico, lo celestial en general, lo plutónico, en cambio, será la despedida o desenlace cómico que sobrevendrá después de un inicio o bienvenida triunfal. Pero lo plutónico será, asimismo, lo pícaro o bribón, porque Plutón gozó de unos privilegios que exclusivamente gozan los happy few —¡una roca cualquiera que fue tratada y reverenciada por miles de millones de personas como planeta!—; se hablará de un gozo plutónico, para unos inmerecido, para otros no menos afortunado por accidental.
Además, lo plutónico abre toda clase de interrogantes, pues un planeta que solía ser un planeta y ya no lo es, deja pensando que bien podría ser que otros sistemas centrales de la Humanidad también posean un falso miembro, un advenedizo, un miembro que, en realidad, no pertenece y debe ser expulsado cuanto antes, un miembro plutónico. ¿No será acaso que nuestras familias tienen actualmente un miembro puramente plutónico? ¿No será que el padre —que siempre ha mantenido una posición más bien enana y esporádica— en verdad no es parte del sistema familiar? Todo sistema tiene su Plutón.
¿Y qué pasará, por ejemplo, con la gente cuyo signo zodiacal había sido regido o influido por Plutón? Qué feo se ha de sentir descubrir, después de años de orgullo plutoniano, que uno está bajo la influencia de un pinche planetoide expulsado. Eso sí es jodidez o espíritu lame. Imaginemos cómo quedó la autoestima de los escorpio, cuya fuerza —¡oh, pena ajena!— se debe a este planetín corrido.
Ahora, consideremos que si un planeta es degradado, ¿por qué no degradar, análogamente, épocas enteras rebajándolos a meras “epoquetas” o mejor aún “epoquitas”? Resulta tentador fabricar (extemporáneamente) rígidos criterios para que los periodos conserven su actual status, porque bien podría ser que ciertos periodos no lo sean —como la siempre sospechosa “posmodernidad” que a mí me huele a que, en realidad, no es verdaderamente una época y ni siquiera una “Ex Era”—. Y si no aplicamos estas reglas a las épocas, por lo menos apliquémoslas a ciertas dudosas épocas, como la de los noventa, que pasó tan rápido y fue tan intelectualmente insignificante que bien pudo haberse tratado de un puro lustro o una “decadilla”.
Como ustedes pueden apreciar, vivimos una época revisionista. Todas las decisiones anteriores las queremos someter a recall, desafuero o petición de recuento. Presiento que esto ocurre porque la sociedad de la clasificación y el neo speak se han salido de control. Y todo principio de comprensión inspira la sospecha de ser legaloide, escolástico, absurdo, norteamericano o caprichudo. Vivimos la Era de la Revocación.
En 1999 el Vaticano “rectificó” su infernal doctrina, dejando claro que el llamado “infierno” no es un lugar y que se trata nada más de un indeseable “estado del alma”; en 2005 el Vaticano (guiados por la flauta del Rat Singer Ratzinger) mandó el Limbo al limbo, decretando que el limbo nunca existió, haciendo que los millones de niños muertos sin bautizo que desde la Edad Media fueron remitidos al Limbo, quedaran en una situación burocrática que ya ni siquiera se puede llamar “Limbo”. La desterritorialización, pues, llegó al otro mundo.
De todas maneras, tomando en consideración estas derogaciones, a Plutón no le fue tan mal. Se le reubicó, a manera de premio de consolación, como “planetoide” o “planeta enano”, que en inglés, por cierto, es “dwarf planet”. Lo que pronto, gracias a la political correctness, se dirá “little-people-planet”.
Es predecible, además, que algunos santos sean retirados del santoral o algunos héroes de la historia nacional. No dudaría que el movimiento conservador de desplanetización —de clara tendencia derechista— inspire al gobierno mexicano neoliberal, por ejemplo, a aprovechar la lejanía temporal que nos separa de los olmecas para retirarles su inclusión en la historia nacional, recategorizándolos bajo la subcategoría, digamos, de “precultura” de “cuasindígenas” o “indigenoides”. Ya lo veo venir.
Pero si alguien cree que Plutón es un rey rebajado a pordiosero se equivoca. Incluso un pordiosero como Plutón tiene siervos. ¡El insignificante Plutón tiene satélites! (Charon, Nix e Hidra). Uno de ellos, Charon, es similar en dimensión y comportamiento a Plutón.
Plutón y Charon, de hecho, orbitan juntos, es decir, se mueven alrededor de un centro de masa fuera de cualquiera de los dos cuerpos. Antes de que Plutón recibiera una patada en el culo, se llegó a sugerir que él y su compañera Charon fueran considerados un planeta binario, lo cual hubiera sido más interesante que rebajarlo. ¡Hubiéramos tenido la primera pareja planetaria! Pero se prefirió revocar su status. Lo cual deja ver que estamos en una época que no puede pensar la compañía y prefiere pensar a planetas en soledad o planetas jerárquicos (con seguidores satelitales) antes que permitir romper paradigmas y aceptar que en el sistema solar existe por lo menos una Pareja Planetaria.
La posibilidad de la pareja planetaria, por otra parte, inaugura muchas otras cuestiones... ya que el rechazo de la posibilidad de la inclusión de una pareja planetaria nos hace pensar en la posibilidad de discriminación solar. ¿Qué tal si, después de todo, Plutón sí es un planeta? (Se han cometido errores peores y les aseguró que habrá quienes, a pesar del dictamen retroactivo de los astrónomos, se negarán a acatar la decisión y para ellos Plutón será siempre un planeta).
Y en el caso de que Plutón sí sea un planeta, esto pasaría a significar que no solamente se cometió una tremenda injusticia contra este planeta, sino que la injusticia real ha sido cometida contra la planeta Charon. ¿Se expulsó a Plutón porque, en verdad, no se deseaba admitir a Charon, planeta mujer? O peor aún... ¿Será que Plutón y Charon son una pareja gay? No lo dudaría ni tantito.
La pareja planetaria, de cualquier modo, otorga cierta connotación al neosintagma amor plutónico, pues bien podría pasar a connotar cierto tipo de amor que aún en la adversidad se mantiene fiel. Por ejemplo, de una pareja cuyo varón —que durante largo tiempo ha sostenido una alta posición social, como la de un ejecutivo— súbitamente es despedido de la empresa y, sin embargo, a él y su pareja todavía se les ve dando vueltas por el mundo muy unidos. “¡Eso sí es Amor Plutónico!”, se dirá.
El amor plutónico, ya se ve, es esencialmente patético. Porque amor plutónico será, sobre todo, el relativo a una persona que durante un tiempo creyó gozar de pertenencia y privilegios, alguien que se sentía superimportante sólo para, a final de cuentas, ser desechado de un día a otro. Al contrario del amor platónico, que lo tenemos nosotros hacia alguien más que idealizamos, el amor plutónico se padece como un cambio de suerte pusilánime. Yo, por cierto, gracias a la desplanetización del pobrecito Plutón me he dado cuenta que toda mi vida me han tenido amor plutónico, esto es, durante unos años el cielo y las estrellas y luego, un buen día, abandonado como mero astro enano. ¡Ahora lo entiendo todo! Soy un plutónico de cabo a rabo.
Como adjetivo peyorativo, les aseguro que se hablará de la “fama plutónica” —la que dura poco más de 15 minutos pero exclusivamente unos cuantos años— porque lo plutónico será aquello que estará vinculado con la detentación de una categoría mayor a la merecida, al malentendido universal y a la tragicómica expulsión de las elites a las que se perteneció por un error de temporada o liberalidad.
La categoría de lo plutónico muestra que nuestra sociedad es cada vez más cerrada, al grado de hacer purgas de planetas, y nuestro relativismo, cada vez más absurdo; dejando claro, en su cierre de filas y cambio de opinión, que la ciencia nada más es un juego de lenguaje. Por último, algo me dice —no sé qué— que lo plutónico (definitivamente) será relacionado con el ocio.

*Escritor, periodista e investigador universitario.

 

EL SOLIPSISMO ES NUESTRA TRAGICOMEDIA

Heriberto Yepez

I


El solipsismo es nuestra tragicomedia. Un hombre es un ser enclaustrado en su propio mundo. Cada hombre es el tiempo y es el espacio. Así pensaba Leibniz y así pensaban los huicholes. Nadie puede salir de su propio tiempo ni su propio espacio. A nadie nos está permitida la otredad. Sabemos que existe, del otro lado de la realidad, pero la otra orilla es inalcanzable. Y es que es imposible invadir otra vida. Permaneceremos siempre encerrados.
Hay un pájaro atrapado en un huevo indestructible. La única forma que el pájaro llegue a volar es que se vuelva minúsculo y decida hacer del interior de la cáscara su cielo simulado. La relación de intensidad de ese ser con su propio mundo, el mundo que él es, su relación concénrica, espiral, con su mundo único, se llama poesía.
La ex-istencia se refiere al emerger. La in-sistencia, al ensimismamiento.
La poesía se refiere a nuestra in-sistencia. La poesía se refiere al saberse adentro. Por ende, la poesía pertenece más a la esencia del hombre, porque se refiere a la relación intensiva que mantiene consigo mismo, con su propio abismo. La poesía sabe que le está vedada la salida. Ya lo decía Antonio Machado:

Con el tú de mi canción
no te aludo, compañero:
ese tú soy yo.

Pero si la función metafísica de la poesía es la in-sistencia, la de la narración es harto más turbia. La ficción tiene que ver con la fantasía de abandonar el huevo inquebrantable, la ficción es la pseudo-ruptura del cascarón. ¿Quién inventó el mito de que hemos logrado salir del útero? Lo invento un narrador, el narrador primordial, el primer hilo.
Lo que la narración sostiene es la existencia de una zona intermedia entre individuos, una frontera que puede cruzarse por éstos, una zona de nadie, wasteland, buffer zone o páramo, que la narración llena de historias.
Un relato es un cordón umbilical entre dos barrancos. Un cordón umbilical imposible.
Trataremos por siempre de volver a reunirnos. Pero la reunión es imposible. Para sentir que hemos salido de nosotros, para sentir que existe un mundo común, inventamos historias, en que unos tenemos que ver con otros, en que hay encuentros, coincidencias, en que hay exteriores comunes. Toda narración es una ridícula armonía prestablecida.
La literatura tiene una función melancólica. Estamos tratando de no perder el pasado. Ese intento se llama historia.
En el presente, que es puro desprendimiento, estamos solos. Es en la imaginación donde construimos la ficción de un mundo compartido. Sólo en la memoria no somos perros solitarios. Los que escribimos, creamos compañías, creamos amos. Escribimos ligas.
El narrador está tratando de religarse con el mundo. Su religación la busca a través de la creación de redes de acontecimientos relacionados, a través de tribus de personajes, de mundos que capturan a muchos, mundos que aseguran que existen otros. Por eso es siniestra la literatura, porque la narración es lo que mantiene la ilusión del mundo.



II


La ficción es que nuestras historias nos involucran a más de uno; la realidad, que habitamos únicamente la soledad. Vivir en una frontera, la frontera de México y Estados Unidos, me ha dotado de la ilusión de que podemos llegar al otro lado. La ilusión dotada por la frontera es la ilusión de que el cruce es posible. Pero el cruce es sólo un mito. El mundo no puede ser simbólico. El mundo solamente puede ser diábolico. Que lo uno y lo otro se junten no es asequible. El acceso siempre está amurallado. No hay entrada o salida que exista.
La función metafísica de la narración es su función fronteriza. Contando historias creamos la ilusión de que unos tenemos que ver con otros. La frontera es siempre ficticia.
Lo que entra en la narración, ya no tiene vuelta atrás, es una frontera que solamente puede ser cruzada una única vez, pero no una frontera de adentro hacia fuera, sino excluisvamente un camino hacia el desbarrancadero interno, porque apenas entra algo a la ficción, ya no puede retornar de ella, ha cruzado el horizonte de los sucesos en que más allá de éste, todo suceso se desvanece, se ha vuelto fantasía. Y cuando algo se ha vuelto fantasía ya no puede volver a recuperar su verdadera ontología.
Si cruzas la frontera de la ficción, nunca regresarás a la realidad.



III


La ficción es una zona de cruce, una especie de pasadizo que te conduce a una realidad imaginaria, en donde los seres tiene vínculos drásticos o pasiones resistentes, lazos más estrechos o ímpetus magnéticos. Y el mundo supuestamente real no es más que el lugar al que llegamos a través de cierto pasadizo, hace ya varios miles de años. Este mundo no es más que una plaza pública, por así decirlo, un campo abierto donde nos hemos reunido, habiendo salido de nuestras madrigueras, un zócalo que, por cierto, está a punto de ser atacado por los militares.
Estoy seguro, por ejemplo, que los mayas se fueron de la península a través de un pasadizo abierto por una ficción. Asimismo sucede con los migrantes hacia Estados Unidos. Todos nos vamos por pasadizos ficticios. Estos pasadizos son el recorrido por el cordón umbilical, son la caminata larga por ese canal.
Los llamados escribientes abrimos tales pasadizos. Nosotros, sin embargo, no somos los que avanzamos, sino que somos los guardianes de estas apretadas puertas. Somos los agentes fronterizos, vigilantes de garita.
Esta profesión, a ciencia cierta, nos va atrofiando. Nos vuelve incapaces de actuar debidamente en el mundo detrás, del cual somos vigías paranoicos. No podemos llegar a los mundos abiertos. Siendo los que abrimos el boquete, somos impedidos de la fuga.
Todos han creído que Kafka era el hombre que aguardaba que la puerta de la Ley le fuese abierta. Pero no ha sido este su verdadero puesto. Kafka era el guardia. He ahí su verdadera desgracia.
Los narradores construimos mundos. Para que esos cosmos se sostengan, imponemos leyes. Somos esencialmente legisladores. Demiurgos autoritarios. Instauramos órdenes u hordas. Determinamos personajes, pues el ser desea ser libre y somos nosotros los que volvemos a esclavizarlo al nombre, a la función, al lazo. La vida, por lo menos, mata a sus personajes. La escritura, en cambio, los conserva en frascos.
Cada historia obliga a una cantidad tragicómica a iterarse. Este número de seres, objetos, diálogos, ideas, paisajes, repiten un mismo acto cada vez que alguien procura esa historia, como si se tratase de un aldea que repite una idéntica historia cada vez que llega un forastero. Cada narración es un loop.
Una serie de escenas que se repiten cada vez que el lector, el oyente, lo solicita.
Pobres mundos los de las ficciones: son prisiones. Son mundos ciclados. Algún día, sin embargo, las cosas, palabras o sujetos de estos mundos encerrados se librarán de sus leyes de reincidencia, se liberarán de sus tramas y legislaciones impuestas por los narradores y, ya desatados, desearán cruzar la frontera.
Desearán ir de su territorio a otro. ¿Podrán hacerlo?
No lo creo.
Por todas partes, habrá muros.
Es este tipo de información la que guía mi escritura. Saber que vienen los muros. Saber que vienen los militares. Yo también esclavizo seres. Los encierro en relatos.
Pero procuro, quizá por crueldad o quizá por hipocresía, introducir en esos mundos motivos que los conduzcan a motines o rebeliones. Como guardia fronterizo, como mal migra, permito la entrada ilegal de drogas violentas, mujeres enloquecedoras, ideas infelices, insoportable injusticia, pasados enfurecedores, constructores de narcotúneles.
Adorno tenía mucha razón cuando decía que lo sospechoso no es retratar la realidad en forma de averno. Lo sospechoso es la constante invitación a escapar del infierno.



IV


A veces me pregunto qué pasaría si dejásemos de contar historias.
Creo que lo que pasaría es que, al principio no nos íbamos a dar cuenta, pero algo comenzaría a suceder, algo extraño. Y a los minutos, nos miraríamos unos a otros, como preguntándonos qué hacemos juntos, como aquellos que llevan muchos años en un bunker y súbitamente alguien abre la puerta y les pregunta qué hacen todos ellos, amontonados, ahí adentro. Y ninguno contesta. Solamente comienzan a salir, cabizbajos, por la portezuela. Y con esa dispersión, volveríamos cada quien a su soledad primigenia, cada quien a su propio núcleo. Y conforme avanzase ese ensimismamiento, conforme cesasen las relaciones, ante nuestros ojos desaparecerían, uno a uno, todos los objetos del mundo, que sólo existen porque tenemos historias en que inventamos una relación con cada ente, para así tener amplia familia verista, pero apenas se despeje esta ilusión, nada de lo que vemos permanecería ileso, todo se iría yendo, persona por persona, cosa por cosa, gracias a que la memoria, gracias a que la narración, ha cedido en su esfuerzo de mantenerlo todo junto.
Y al final, sólo quedaríamos nosotros ante un paisaje vacío, en que no existe siquiera tiempo. Al desvanecerse todo lo otro, comenzaría un viaje interno, el viaje poético. Pero también ese viaje, ese ensimismamiento, terminaría pronto y con su despedida, todo desaparecería, es decir, desaparecería el yo y su voluntad de cohesión.
Para alcanzar el nirvana, pues, necesitaría terminar la narración, necesitaría terminar la poesía. Pero no terminarán. No somos tan fuertes.

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